José Javier León
I
Muchas cosas ha hecho el capitalismo en nosotros, la peor acaso sea
el habernos extrañado de la vida. Lo hizo a través de la
instrumentación del dinero, o mejor, del salario. Nos dijo que, si
trabajábamos (aunque no nos dijo que para él), percibiríamos un
salario que nos permitiría comprar o adquirir lo supuestamente
necesario (para continuar vivos), lo cual equivalía a continuar más
o menos vivos para seguir trabajando. En el fondo resonaba que si
trabajábamos muy duro recibiríamos mucho más, lo cual desnuda la
farsa si vemos el destino de los campesinos, albañiles o las amas de
casa, por poner sólo tres humildes ejemplos.
II
La historia del salario nos dice que para la gran mayoría de la
población apenas alcanza para vivir y no en pocos países se deben
tener dos y tres trabajos que aporten cada uno un sueldo mínimo. No
está de más recordar (algunos ni siquiera lo pueden recordar pues
sencillamente lo ignoran) que la plusvalía existe, es decir, que el
salario está muy por debajo de la ganancia que el patrón recibe por
el producto de nuestro trabajo. Regularmente en una jornada el
trabajador o la trabajadora producen para el dueño en términos de
ganancias, mucho más de lo que al final de mes percibirá como
salario, y aún esta ínfima expresión en muchos casos la entrega
retaceada o en fracciones alegando el alto costo de la vida y la
difícil situación…
Ocultar este gigantesco robo es una de las funciones de los medios de
comunicación. Otra parte se logra evitando hablar de estas cosas en
los salones de clase o en cualquier espacio público. La estafa queda
oculta y los trabajadores/esclavos creen que el salario que reciben
equivale a su “trabajo”, a lo que hicieron o produjeron, de modo
que no ven una relación directa entre la buena vida que se da el
dueño de la empresa y la muy mala que le queda a él y a los suyos.
III
Y si por un milagro -casi un error histórico- cuenta con un gobierno
que obligue a los dueños a aumentar los sueldos, no sólo se pone
del lado del dueño sino que lamenta tal cosa como si del mismo dueño
se tratase. Valga recordar que los golpes de estado en Haití y en
Honduras a Aristide (2004) y Zelaya (2009) respectivamente, fueron
por apenas mínimos aumentos de sueldo que sin embargo las
transnacionales no estaban no sólo indispuestas a pagar, sino que se
hicieron de manu militari y complotados con los organismos
internacionales, en sendos vuelos hicieron secuestrar a los
presidentes para imponer las dictaduras correspondientes que
derechizan las cosas poniéndolas en su santo lugar; o sea, todo para
los ricos, nada para los pobres.
IV
Hoy nos pasa que prácticamente todos los días los empresarios
usureros cartelizados inflan los precios pero, si el gobierno da un
aumento que apenas pellizca la inflación inducida, los asalariados
brincan no de la alegría sino de la rabia porque los precios, en
consecuencia, dicen, aumentarán. Es parte de la inversión (o
alienación) que logra el capitalismo en la conciencia de los
trabajadores.
V
Siempre he pensado que el poder del capitalismo proviene de que
-(expropia y se apropia por la vía del robo y luego)- comercia cosas
esenciales. En ese sentido el sueño húmedo del capitalismo es
vender el aire, el agua, como ya vende la tierra, y por supuesto lo
que ella da. Vende (luego de robar) la vida, por eso es capaz de
someternos y dominarnos.
VI
Es obvio que el capitalismo no vive de vender lujos o bienes
suntuarios. Nos hace creer que vive de los carros, de la moda, de las
tecnologías de última generación, pero la verdad es que vive del
narcotráfico, de la prostitución, del lavado de capitales, del
trabajo esclavo de mujeres y niños, de la destrucción y explotación
de los mares y de los bosques, de la estafa/prisión financiera
global, de la guerra y de la venta de armas e incluso, de órganos.
Del chantaje y del terror. Sin embargo, todo esto queda oculto.
VII
El capitalismo ha convertido en mercancía (los bienes que
garantizan) la vida. Por ende ha mercantilizado los alimentos. Y la
inversión en nuestra conciencia es tal que decimos que comprar la
comida (que el capitalismo antes nos ha expropiado) es un signo de
poder adquisitivo, o que se tiene poder porque se puede adquirir.
Comprar lo que nos mantiene vivos para poder seguir explotados
produciendo plusvalía es el circuito demencial al que nos tiene
condenados la noria del capitalismo.
VIII
Hoy a algunos les puede parecer que recibir una bolsa o caja de
alimentos (CLAP o cualquier otro mecanismo de protección
instrumentado por el gobierno) degrada su condición humana o de
trabajador. No entiende que la comida no es una mercancía, es un
derecho y más que eso, un derecho humano inalienable. No sólo
tenemos derecho a los alimentos sino a no comprarlos,
basta que seamos venezolanos y venezolanas, basta con vivir y
trabajar aquí para merecer comer de manera sana y suficiente, no
para ser explotados, sino para tener la energía necesaria y
suficiente para transformar el mundo en función de la vida buena,
del buen vivir. Por cierto, cabe hacerse una pregunta: ¿por qué los
HCM jamás han generado pruritos en la clase media? ¿Será porque
con los seguros médicos se benefician directamente laboratorios,
médicos y clínicas privadas?
IX
¿Suena ilógico que el capitalismo trate de vender con sus
increíbles estrategias publicitarias determinados alimentos que
ofrecen esto o aquello de manera súperespecial, en un escenario en
el que el Estado proponga a su vez una versión del mismo alimento
más económica y natural (sin aditivos, sin colores, no
“enriquecido”) accesible para todos, en especial para los que no
tienen ganas de comprar empaques lucidos, marcas, estilos o modas?
X
Suene como suene, el capitalismo dirá que el Estado no debe
inmiscuirse en asuntos económicos, que la producción debe recaer en
el empresariado privado, forzando así una dictadura que sólo busca
sacar del mercado cualquier opción popular, artesanal,
preindistrial, industrial o industrial a pequeña escala. En efecto,
para vender sus productos el capitalismo necesita ser la única
opción, de lo contrario de manera natural el grueso de los
consumidores optará por productos más económicos e incluso más
sanos, por menos procesados y refinados.
XI
Si el Estado ayuda a producir, o produce directamente y distribuye
alimentos, en verdad a todos nos correspondería una cuota en la
producción; por ejemplo, quienes como yo damos clases, debemos
dirigir nuestros objetivos a la producción (material y simbólica y
sobre todo, a aquella simbólica que garantiza la producción
material) en todas sus formas y facetas.
XII
No podemos permitir que el
capitalismo nos convenza de que los alimentos o las medicinas o la
ropa o las viviendas son mercancías y que debemos comprarlas al
precio de nuestra necesidad. No debemos trabajar para comer sino
porque lo necesitamos como humanos que somos. El trabajo es expresión
de la humanidad cuando se hace en libertad, cuando produce bienes
buenos y servicios que sirven. El capitalismo animaliza y convierte
el trabajo en una cárcel y lo hace trasmutando todo en mercancía.
XIII
Respirar, aun agónicamente le brinda pingües réditos al capital, a
la mano invisible que nos ahorca. Y todo permanece oculto, mientras
los medios nos enceguecen.
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