Orlando Villalobos Finol
Militamos como respiramos
(Tres o cuatro pedradas
a propósito del congresillo: Desafíos de la comunicación popular, realizado en
la Universidad Bolivariana, UBV, de Maracaibo el jueves 21 de abril)
I
Una comunicación para
la comunión
¿Cuál es el papel de
los medios comunitarios? ¿Qué se le tiene que exigir a este tipo de medio?
Estos medios están llamados actuar con los pies –y el corazón- puestos en la
comunidad –barrio, esquina, calle, organización social-.
Es una definición
simple, pero al mismo tiempo sustancial. No es el medio del partido, el Estado
o la iglesia, con lo que nos tropezamos con frecuencia. No es el medio para la
propaganda, el asistencialismo, ni la salida providencial.
Del libro Reinventar
la comunicación”, de mi autoría, anoto (pág. 125): “Si se habla de proponer la organización
popular y colectiva se debe pensar en una comunicación en la que haya lugar
para la crítica, la diferencia, el disenso; se tiene que pensar en una
comunicación que abra las posibilidades de debate y diálogo; se tiene que
militar en una comunicación en la que el otro es el otro, ‘un ser al que puedes
acompañar en el aprendizaje, con el cual puedes vivir, compartir experiencias
(…) el otro como tú y no como un instrumento para’ (Prieto Castillo, 1998: 181).
Pero esa comunicación
no se puede agotar en el debate argumentativo y en la lógica del afán por
convencer. El tema, el asunto o el reto, como nos gusta decir, está en la
comunión y el encuentro que podamos generar. Insistimos mucho en la diferencia
y dejamos de lado todo lo común que nos reúne; la historia pequeña que
compartimos, la comida de nuestros gustos y las costumbres que somos; las
canciones que están en el adn cultural o en el fondo musical de nuestra
cotidianidad.
Comunicación
comunitaria es aquella que construye comunidad, sentido de pertenencia y
destino común. Lo otro es la reiteración de la comunicación tradicional que
conocemos.
II
Todo este debate
sobre una comunicación comunitaria y popular se inscribe en una orientación de
construcción de poder popular o alternativo, y por tanto de creación de un
tejido social solidario, que ensaye formas de convivencia distintas a lo ya
conocido, es decir, la competencia inhumana, agresiva, infeliz, a la que hemos
visto el rostro en estos últimos meses, trasmutada en “bachaqueo” y en esa
suerte de sálvese quien pueda, con el que tropezamos por ahí.
Ese tejido social es
el encuentro que generan las organizaciones sociales, llámense consejos
comunales, comunas, grupos culturales o como cada quien pueda o quiera.
Son estas
organizaciones necesarias, pequeñas y en permanente constitución las que nos
permiten reconocernos y juntarnos para construir los proyectos que hacen falta
en la comunidad.
III
La mesa tiene tres
patas. El Estado, el
mercado y la organización social o popular.
La metáfora
convertida en consigna de “vamos a tomar el cielo por asalto” no se limita a
ejercer influencia en el Estado o a dirigir el Estado, como ha ocurrido en los
tiempos de la revolución bolivariana. Faltan otros ingredientes claves. La
organización popular, por ejemplo. Solo cuando alguien se organiza adquiere
sentido de pertenecer a lo común y colectivo, tiene cultura colectiva, y se
convierte en un ciudadano organizado y no simplemente en un consumidor de lo
que el capitalismo le ofrece.
Si hacemos una traducción
mediática de esta mesa nos conseguimos con los medios públicos o estatales, los
medios comerciales y mercantiles, y los medios comunitarios.
Los medios estatales
vienen de la orfandad. De ser casi inexistentes o declaradamente obsolescentes,
en equipos y programas; ganaron terreno desde 1998 cuando surgieron los
gobiernos populares en Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador. Ahora
están sometidos a los vaivenes que genera la restauración conservadora, ya
consumada en Argentina con el triunfo del neoliberal Mauricio Macri.
En esta última etapa,
un dato presente ha sido la resistencia de los grandes conglomerados mediáticos
a revisar las condiciones en las que ejercen el dominio del mercado
comunicacional. Se han opuesto a las leyes aprobados y se han convertido en los
epicentros de vastas campañas contrarrevolucionarias. Allí está O Globo contra
Dilma Roussef, Clarín, la Nación y todo lo demás contra el peronismo de
izquierda en Argentina. Y Así sucesivamente, siempre teniendo a los
conglomerados internacionales como aliados incondicionales. CNN, los canales
españoles y El País de España son solo parte de la muestra.
Es en este contexto
donde resulta relevante que la organización popular se exprese con capacidad
para la comunicación, el periodismo y la cultura. De allí deviene la
importancia de los medios comunitarios, porque esa tarea es primordialmente del
movimiento ciudadano organizado. Creer que eso lo puede hacer el Estado es
iluso o peor, transitar por el camino equivocado.
IV
La crítica a las comunitarias.
Los medios
comunitarios no pueden eludir la crítica, ni la evaluación, ni la
autoevaluación.
Desde la mirada
conservadora son “medios paraestatales”, sin merecimientos.
En muchos casos son
tratados como apéndices de la línea oficialista, que los reduce a ser voceros
de lo que se repite en los medios estatales.
Demasiadas veces
repiten el modelo comunicacional hegemónico; repiten el mundo conocido y no van
más allá. Demasiadas veces sobreviven en condiciones difíciles, sin fuerza para
reponer los equipos técnicos, con menos apoyo estatal que el pregonado. Con
frecuencia apagan la señal, no reciben la habilitación –autorización- de
Conatel y se aíslan de la propia comunidad a la que pertenecen. Se convierten
en la emisora del grupo que la hace y poco se identifican con la organización
social a la que deberían rendir cuentas, responder y actuar de manera conjunta.
Allí está el reto.
Levantar la voz, la palabra y la señal, para que este proyecto necesario se
transforme en esperanza y espante los malos espíritus.
Ese es un reto de
quienes están en ese campo de la militancia política y de todos aquellos que
valoramos la organización social y popular como vía para el cambio social.
V
En la sociedad compleja que
transitamos, en palabras de Edgar Morin, la comunicación alternativa y
comunitaria no se limita a las radios y a algún intento televisivo. Mucho menos
a aquellos intentos en el que tanto sudamos y derrochamos riesgo, en publicar
periódicos impresos en empresas y barrios.
Ahora estamos sumergidos en una
profunda transformación tecnológica, que modifica el soporte, la forma y el
fondo de la comunicación. La onda digital se expande con una potencia
exagerada. Se amplifican y diversifican los canales.
¿Cómo hacemos? La nueva realidad
comunicacional requiere de nuevas destrezas, nuevas
habilidades, nuevas competencias para poder aprovechar los beneficios de los
medios actuales, a la vez que evitar sus peligros.
Seguimos en la radio,
reuniéndonos en conversatorios, video-foros, con ponencias en jornadas, pero
sin desdeñar la potencia virtual, en un mundo –y en un país- donde ya hay más
celulares que gente y donde se dedican más horas a Internet que a la televisión.
VI
El análisis y estudio de la
situación no puede limitarse a lo que ocurre desde el Estado. La experiencia
nuestra, y de un poco más allá, está señalando que para modificar la
correlación de fuerzas y avanzar en políticas populares se requiere de la presencia
viva, organizada y audaz del pueblo. Es la manera de detener e impedir que la
ofensiva del capital, de los grupos económicos monopólicos, de las grandes
corporaciones mediáticas y del aparato de inteligencia de Estados Unidos logren
su cometido.
Faltan políticas públicas
diferentes y un Estado con una orientación distinta, pero sobretodo falta hacer
realidad, y no mera consigna, la idea de un poder popular que actúe e
intervenga. De eso es que hablamos cuando nombramos a las organizaciones
sociales y al mundo de la comunicación comunitaria, con sus medios y sus reales
dificultades.
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