“La Universidad Bolivariana, es motor, es vanguardia, es caballo, es lanza, es bandera, de un nuevo modelo educativo de liberación. Ustedes son actores fundamentales de esa vanguardia, siéntanse orgullosos mujeres y hombres”

Fragmentos del discurso del Presidente Hugo Chávez, Caracas, 08/11/2003, en el marco de la inauguración de la sede UBV Zulia.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Un «país» nacido de las aguas


Por

José Javier León / Aporrea

La actual crisis –propiciada en este caso por las intensas lluvias- nos está enseñando muchas cosas. Algunas saltan a la vista; otras, sólo si las leemos de un modo torcido, no digo forzando el análisis sino poniéndonos en una perspectiva poco convencional.

Me explico: la crisis nos da la oportunidad de ver (y al gobierno de actuar sobre) un «país»… a escala. Hecha esta reducción y mediante la sobre-exposición mediática, todo el país deviene ese recorte. No quiero decir que todos los venezolanos no estemos de una u otra manera afectados por la crisis, a lo que me refiero es a la posibilidad que brindan las circunstancias para que un modelo de gobierno y (sobre todo) de Estado pueda ser expuesto y quedar en evidencia. Exactamente como si actuara sobre, e interviniera en… una maqueta.

Pero, y he aquí a donde quiero llegar, el motivo de este texto no es abundar en esta certeza, sino en el síntoma de que esa práctica de gobierno es una si no la única a la que podemos aspirar en el estado global de cosas, en el marco de un ejercicio de gobierno mundial orquestado –dirigido, financiado, cooptado- por (las) trasnacionales (del dinero). Para decirlo con escasísimas palabras: los gobiernos «gobiernan» exclusivamente en/sobre las crisis humanitarias (si tienen ganas de hacerlo, claro está, si es que no deciden olímpicamente abandonar a la gente a su suerte –a su muerte). El caso de Venezuela durante todo el gobierno de Chávez no desmiente lo antes dicho, toda vez que se ha gobernado sobre un país destruido, arrasado, empobrecido durante cien años, como reiterativamente lo expresa el discurso presidencial. Gobierna pues, un país donde se cebó una «crisis humanitaria» nacional, independientemente de las provocadas –pero sin duda acentuadas por- por la vaguada de 1999 en Vargas (a un año de haber asumido el gobierno), o ésta de 2010.

Hay distintas maneras de gobernar en/sobre las crisis: se lo puede hacer al estilo Piñera (estrictamente para los «15 minutos» de gloria televisiva) o al estilo Chávez (quien con su energía, carisma y poder mediático –encarnado sobre todo en su persona y valga la redundancia- puede dilatar la «gloria» hasta el 2012 (año mega-electoral). Para efectos de estas líneas, of course voy a hablar del segundo.

Las inundaciones y sus secuelas trajeron no sólo damnificados –como otras tantas veces- sino «refugios». Éstos no han sido por supuesto los primeros ni serán los últimos, pero tienen un plus político que acaso en ninguna parte puedan vanagloriarse de ostentar: tienen –otro- futuro. En efecto, lo normal es que las personas refugiadas eternicen en refugios, que hagan del refugio residencia aunque precaria, permanente. Cuando se retiran los focos y las cámaras, comienza la noche. De ahí, y muchas veces por sus propios medios, acaso retornen a la misma situación o incluso peor.

Pero, del refugio, pasar a una casa o apartamento en un plazo perentorio, con enseres y electrodomésticos, con trabajo y seguridad social, es más de lo que cualquiera hubiera podido llegar a imaginar.

Ese «futuro», convertido en una masa de tiempo dúctil y consistente, le otorga al gobierno de Chávez (al menos en teoría) un tiempo-espacio mensurable, perfectamente acotado, con límites racionales precisos para la instrumentación de políticas públicas. En condiciones normales la aplicación de las mismas queda sometida, como sabemos, a la fricción de un sinnúmero de imponderables. La obsecuencia de uno de ellos es proverbial: la burocracia. Esta supone que la acción de gobierno acontece en una realidad abstraída, despojada de accidentes, in-humana. La burocracia por eso mismo no colide con la realidad, precisamente porque es irreal. Si perteneciera al orden de lo real, correspondiera a las cosas humanas solucionables, atendibles, gobernables por seres humanos. El punto es que donde opera y se desenvuelve no hay stricto sensu seres humanos, existe más allá del bien y del mal. Sólo un iluso (pero su número es legión) le exigiría comparecer con los espacios y tiempos de la vida cotidiana, de la vida que se vive, con problemas y necesidades reales.

Los resultados que arrojan las acciones de gobierno secundadas por la lógica burocrática son pues, meramente estadísticos. De ahí que, como una de las ventajas que ofrece el escenario provocado por las inundaciones, la burocracia quede suspendida, y la acción de gobierno, en franco streep tease, operará de manera directa, «desnuda», prácticamente de la decisión a los hechos, como del pensamiento al acto: gobierno ejecutivo, lo llaman. No me queda duda de que las «Misiones», por su lado, rebasarán con plácemes las cifras oficiales.

No hablo sin embargo de algo totalmente extraño, los venezolanos hemos vivido crisis memorables que han ameritado formas semejantes de ejercicios de poder, por ejemplo el sabotaje petrolero de diciembre 2002 – febrero 2003. La situación actual es comparable en algunos puntos, pero lo esencial aquí es que la acción menos de resistencia y administración de fuerzas, es de emergencia y gestión súbita. Aquella estaba destinada a salir de la crisis, la actual a entrar en ella y dilatarla en el tiempo hasta redimensionar y reconfigurar las formas del espacio devenido territorio. La escala del conflicto petrolero era nacional, la de ahora está estrictamente focalizada en ciudades y zonas costeras, y aunque lleva a repensar el país completo (¡pero Farruco fue nombrado «Ministro de Estado para la Reconstrucción Urbana de Caracas»!), al menos por ahora está concentrada allí. El éxito de la gestión de emergencia estará en la focalización, no en su extensión a escala nacional (donde se multiplican al infinito los escenarios para paquidermos y quelonios, cuando no de simples folívoros).

Lo que sostengo es que el país, al menos por dos años justos, posiblemente tenga la dimensión de la crisis surgida a raíz de las aguas. Durante ese tiempo los ojos de la razón de Estado tendrán un objeto sin ambages, contundente, pleno. El ouroboros de la política social: una suerte de micro Plan Marshall (con Estado de Bienestar incluido).

Y esto me sirve para llegar a un punto crucial: el país recortado por las inundaciones servirá de base de operaciones para una economía de guerra. Esto se expresará en el despliegue de una solidaridad menos inmediata que sistemática. La cohesión, la unidad, la amalgama social está garantizada, amén de que la mala conciencia queda des-naturalizada doblemente.

Por otro lado, nunca como ahora se ha hecho tan visible la militarización. No es sólo el uso o la activación de los circuitos de circulación y consumo facilitado por la irrigación en el tejido supra-social de redes militares. No es sólo la fusión cívico-militar que promueve un tipo de movilización social de ritmo sincopado (derivado del orden cerrado). Sino el despliegue del panóptico militar. El país que surgió de las aguas cabe –por tanto- en una mano. El mismo escapa a las interacciones intersubjetivas propias de un proyecto social; es obvio que la economía de guerra (también, por todo lo dicho, ¿economía política?) no es, no puede ser, democrática, en el sentido de que no está al alcance del pueblo la verdadera y sustancial toma de decisiones. En el país emergente sobrevuela una Voluntad que ordena y dispone; la necesidad, el sentido común (¿quién no quiere que su familia disponga de una casa con todas las comodidades?), ya tomaron las decisiones; lo que procede es la instrumentación de planes y proyectos que responden a una racionalidad dormida y que las aguas, el desastre, los deslaves, la crisis, despertaron.

Las soluciones habrán de ser audaces, pero pre-existen de antemano. Los técnicos, los ingenieros, los expertos geógrafos, tienen hoy –siempre la han tenido, por demás- la última palabra. La voluntad soberana es la voluntad del Soberano; el bien público es el bien de todos; el Buen Vivir no es una construcción social intersubjetiva, sino la expresión racional de un Estado menos enfrentado a la expresión trasnacional de los capitales, que a la burguesía criolla tradicional e histórica, que arrastra su abolengo desde los tiempos de la Colonia, pero que hoy no logra convertir con la diligencia –y la plusvalía ideológica de antes- su capital socio-económico en capital cultural.

El impulso de esta nueva geo-oro-grafía resquebraja, entre otras cosas, la institucionalidad convencional, hasta el punto que los edificios más representativos, más visibles (pero más «vacíos» por más opacos), son «llenados» por los habitantes de este novísimo país, con el fin de otorgarles un albergue relevante, elevado, superlativamente visible, lo que de alguna manera horizontaliza por arriba, ¡pero verticalmente!, el ejercicio de gobierno (horizontalización despótica, si cabe). El gesto de la ocupación por parte de los refugiados de la Casa Amarilla o el Palacio Blanco reduce a cero la capacidad y posibilidad de negación para tal uso de cualquier otro espacio de uso público o aun comercial. Con el gesto, ningún espacio queda exento de ser ocupado, a menos que su negativa sólo busque agravar su descrédito (como ocurrió con las –infelices- declaraciones del cardenal Urosa: «La iglesia y todos los espacios que la componen son centros abiertos para la atención al público en el culto religioso y a menos que se esté presentando una emergencia muy grave y que no existan otros lugares que funjan como albergues»).

El que nació de la vaguada es un «país» a la escala de un Chávez que está cerca de la gente como pocas veces estará o ha estado presidente alguno. Chávez, es cierto, suele estar «cerca» [cercanía mediática, aunque efectivamente haya sufrido hasta arañazos; cercanía elaborada simbólicamente por su persona(lidad) convertida en mito], pero lo que hemos visto en estos días es que ha estado a la distancia de la interpelación directa –en vivo y directo- con personas concretas que han hablado con él como si por un momento verdaderamente extra-ordinario –ofrecido por la ofuscación, por la desesperación- hubiera perdido su distanciamiento. Han hablado con un Chávez –mediático, no se nos olvide- que ha rebasado la cristalización de la pantalla y devuelto con creces una rotundidad corporal a su mitología. El gesto de Radonski y Machado, enfangados y dirigiendo acciones, es una caricatura meramente populista; no obstante, tuvieron que acudir al expediente para ripostar ridículamente –con sus figuras político-mediáticas esmirriadas- a la ocupación por parte de Chávez de toda la misce scene.

Sólo en momentos en que la vida y la muerte se encuentran, la acción de gobierno (no burocrática) puede trascender los gestos y las palabras (me refiero a la planificación Estatal, a los planes, a los proyectos) para materializarse u objetivarse; una palabra emitida desde el poder se transmuta en viviendas, en enseres, en bienes estructurales; eventos que la historia –de salvación, pero también la secular- recoge en la especie de milagros. Recordemos aquello de: «Sólo una palabra tuya bastará para sanarme».

Por todo lo dicho, es evidente que estamos en un borde. El país recortado por las inundaciones puede ser racionalizado (y captado por los medios), al tiempo que sus dimensiones se ajustan a grandes políticas de re-construcción. Repito: tenemos un micro país en el que los deseos y los sueños pueden ser materializados.

Otros problemas, pese a ello, seguirán intactos; a saber: el desarrollo de una economía no capitalista, construida por sujetos territorializados que producen, ponen en circulación y consumen bienes y servicios a través de circuitos desconectados del sistema monetario nacional/internacional, esto es, una economía autogestionada por sujetos no sometidos a un régimen salarial. Los problemas que dicha organización social como expresión material de otro poder y otro(s) saber(es) supongan, está claro que no son los que están en discusión en los actuales momentos.

Lo que esta crisis ha propiciado al gobierno bolivariano es un «país a escala», en el cual enfocar y sobre el que dirigir su mirada, su planificación y la ejecución de controladas, atinadas y –de lo contrario sería la ruina de su proyecto para los próximos ¡24 meses!- atenazadas políticas públicas. A ello apunta la nueva Habilitante, ley de emergencia para poder atender, como lo explicó Chávez, «las necesidades humanas esenciales, derivadas de la crisis, de la pobreza, de las lluvias, de lo derrumbes, de la catástrofe natural».

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