(A propósito del artículo publicado en el Granma y reseñado en Aporrea, "Él es paternalista, tú eres paternalista, yo soy paternalista, de Lázaro Barredo Medina)
Por
José Javier León
Reclama Barredo “racionalidad” y “sentido económico”, estoy seguro que no pide la i-racionalidad que hoy hace estragos en la economía mundial, y estoy seguro que su “sentido económico” no apunta al economicismo como medida de todas las cosas, pero no deja de preocuparme que se esté discutiendo que la “estimulación salarial (…) desate las fuerzas productivas”, amén de “el cobro de impuestos, el cese de muchos subsidios, la revisión de las gratuidades y otros asuntos que no van a despojar al Estado de su responsabilidad, (…) pretenden lograr formas de prestación más ágiles y directas en pequeños servicios, entre otros propósitos”, estrategias sin duda, de duro contenido liberal, no obstante atemperadas con la mención de que el Estado no abandonará su responsabilidad. Por lo que conocemos, cuando las fuerzas productivas se desatan, el Estado (y el pueblo) tienen todas las de perder, comienzan a gobernar la “racionalidad y el sentido económico” (ya se sabe quiénes van a tener la razón, los expertos, que sabrán ajustar sus experticias a las “razones” de los propietarios-gobernantes). Eso es lo que conocemos, y lo que hemos padecido.
Pide Barredo, “comprensión de la sociedad”, frase que no oculta el temor de que las “reformas” afecten a ciertos sectores de la población, sobre todo aquellos menos capaces de “desatar” sus fuerzas productivas, las que han de volver a contar con el Estado (más mezquino o esquivo ahora que sus intereses están concentrados en las “fuerzas productivas” y no en esas quejosas rémoras, llamémosles pobres) confirmando que el “paternalismo” está metido hasta los tuétanos. Lo cierto es que en una sociedad de fuerzas productivas desatadas, se desatan también las desigualdades, y, cuando no hay Estado, las desigualdades abundan y no sólo eso, se persiguen directa o indirectamente hasta generar dos polos muy activos: riqueza y acumulación creciente concentrada en cada vez menos manos, pobreza y miseria a la que se van sumando de manera incesante poblaciones, países, continentes.
Barredo habla del paternalismo como un “fenómeno arraigado hasta los tuétanos en la mayoría de las personas”, pero me parece que es injusto, porque el paternalismo antes que un mal de la sociedad, es una forma de gobernar. Los pobres existen porque hubo despojos, robos y expoliaciones, hubo y hay pobres, porque una clase se apoderó de los medios de producción, hubo, hay y habrá pobres, hasta tanto no sólo los medios de producción estén en manos de la gente, sino cuando sea la gente la que decida qué hacer con los medios de producción. Y no sólo qué hacer, sino con cuáles hacer lo que sea necesario hacer, para vivir dignamente. En otras palabras se trata de producir de acuerdo a sus necesidades, y no según las que impongan la economía mundial, el desarrollo, o el modelo universalizado de progreso. De modo que, repito, es injusto achacarle a las “personas” el problema del paternalismo, y si se convirtió y convierte en un problema, es lo que se deriva de que el Estado ya no cuenta con los recursos (con la renta) para llevar adelante ese su proyecto de gobierno. El paternalismo es una forma de control social, y existirá hasta tanto el Estado no renuncie a asfixiar la libertad de los sujetos. Como dice Raúl Fornet comentando la visión de José Martí: «el principio de ética política desde el que Martí ve la política, implica la eliminación del paternalismo del horizonte de la política porque ese principio (…) supone que los oprimidos son sujetos de la política. Por eso el intelectual no opta por ellos sino que "echa su suerte con ellos"». Y como se dice aquí intelectual, se puede decir dirigente, representante, burócrata, funcionario público.
Si lo que se quiere, y que bueno que se quiera, es acabar con el “paternalismo”, se deben sí, desatar las fuerzas productivas, pero al mismo tiempo que se desatan la creatividad y diversidad de proyectos económicos a una escala de desarrollo y trabajo a la que no están acostumbrados a con-descender los Estados y Gobiernos. Las fuerzas productivas de las que hablo sólo se desatan localmente y en redes que vayan desde los sujetos emancipados, desde las comunidades y comunas, hasta la constitución de un tejido socio-productivo autónomo y soberano que apela a una racionalidad económica otra, no capitalista.
Eso por un lado.
Por el otro, algunas empresas e industrias a escala Estatal se seguirán ocupando de la economía en los términos que el mercado global ha planteado, tratando pese a las resistencias, de practicar un mercado justo, creando para ello, como es el caso del Alba o Petrocaribe modos de relación económica sobre la base de la complementariedad, la humanidad y la solidaridad. Ese es, sin embargo, el tipo de economía que sigue aportando al PIB, y por la que toda la población debe recibir equitativamente ingresos, beneficios, subsidios, créditos, etc., por derechos de explotación de trabajo, riquezas y recursos en el territorio nacional. Por que esos recursos no se repartieron o no se reparten de modo equitativo, es por lo que entre otras razones se pasa del “paternalismo” al populismo (tara que
Un Estado como el venezolano, se podía y puede aún dar el lujo del paternalismo (al tiempo que hace un esfuerzo para dejar de ser populista), porque su economía depende de la renta petrolera. Sólo “desatando” las fuerzas productivas de la población, en los términos arriba mencionados, es que se podrá romper el vínculo umbilical enfermizo con el Estado, y por fin nuestras comunidades, productivas y organizadas en comunas, desarrollarán una economía no capitalista, desconectada de los circuitos del capital (privado). Para ello, se requiere imaginación, creatividad, y sobre todo, libertad, esto es, que la burocracia del Estado no asfixie la iniciativa popular, y en la medida de lo posible, deje hacer a la población, proteja, anime y acompañe.
El Estado debe garantizar la distribución equitativa del PIB y garantizar con ello la salud, la educación, la alimentación y la vivienda de la población, sobre todo, de los más débiles. Ninguno de estos bienes puede ser sometido a la voracidad de la oferta y la demanda. Por ello me preocupa que la “libreta de abastecimientos” y “los comedores obreros” según el artículo de Barredo, sean evaluados, mirados desde las prácticas fraudulentas de la población, similares por lo que entiendo a lo que sucede entre nosotros con los productos de Mercal y PDVAL, cuando son revendidos a precios de mercado. Mientras nuestras poblaciones sean improductivas, mientras los alimentos lleguen bien sean por circuitos privados o públicos hasta las poblaciones, y estas sigan desvinculadas (alienadas) del aparato productivo, este tipo de corrupción y verdadero desangramiento de los dineros públicos seguirá ocurriendo, con el añadido de la fácil apropiación indebida de una ganancia, que ya de por sí es muy grande pero que es multiplicada por la especulación y el acaparamiento. El problema pues, no está en asegurar el alimento para todos, sino en un modelo económico que privilegia y se sostiene sobre la racionalidad económica estatal, que torna improductivas las comunidades (calificándolas a su vez de sujetos de paternalismo y de incapaces de autogobernarse), y que sólo lee como económico y sustentable la producción que se vincula a la economía de mercado -necesariamente capitalista. Aquí recuerdo a Wim Dierckxsens[1] cuando explica la factibilidad del “ingreso ciudadano”, mecanismo que permitiría “mayores grados de libertad personal” al recurrir a la “separación del trabajo productivo por la forma, es decir, del trabajo pagado en el mercado”:
“Sólo así se dan verdaderas valoraciones cualitativas entre el trabajo pagado y el no pagado en el hogar o la comunidad. Es sólo de esta forma que actividades de estudio y actividades culturales o recreativas aparecen como opciones de realización personal. Sólo así se podrá eliminar la discriminación existente entre trabajo pagado y no pagado. Para la reproducción de la vida concreta el trabajo actualmente no pagado resulta igual o más relevante que el pagado. Sólo al concebir las cosas por su contenido, el trabajo actualmente pagado puede supeditarse al trabajo relacionado con la reproducción de la vida misma (…)
Al borrarse la diferencia entre trabajo pagado y no pagado, los deberes y derechos de los ciudadanos ya no se derivan de su vinculación o no con el mercado laboral. Los deberes y derechos se derivan de mi vínculo con la comunidad. Mis derechos económicos y sociales como ciudadano ya no dependen de la vinculación con el mercado, sino de mi vínculo con la sociedad como ciudadano. Ciudadanía significa obligación de los otros hacia mí y mi obligación hacia los otros en función de una mayor plenitud de la vida”
Ello exige naturalmente un cambio de racionalidad, la aceptación de que pueda existir un “ingreso seguro –sigue Dierckxsens- a partir del cual cada quien se encuentre en condiciones de mejorarlo sobre la base de sus propios esfuerzos y opciones personales”, lo cual me parece distinto a decir que las medidas económicas “protejan y garanticen el acceso de las personas de bajos ingresos a esa canasta básica” mientras que, por otro lado “estimule al resto a trabajar para obtener beneficios salariales a partir de los resultados”, es decir, según plantea el diputado unos seguirán teniendo un padre en el Estado, mientras que otros, los más aptos, serán lanzados a la competencia, apelando al clásico principio invisible de que la búsqueda de mi bienestar traerá sin yo buscarlo el bienestar de la sociedad.
Termino con Dierckxsens: “Una economía alternativa en función de la vida tiene como punto de partida la particularidad y la localidad, y no puede partir de la totalidad como hace la planificación central” (p. 75). En ese sentido, las comunidades y mancomunidades deben avanzar hacia mercados locales, mientras que el Estado (no el capitalista y protector de los intereses de los propietarios) debe proteger a toda la población contra las contingencias, las irregularidades e inequidades, convirtiendo la renta en riqueza social. Por demás, debe existir una radical inversión: la dinámica socioeconómica debe residir y desarrollarse a partir de las comunidades. El Estado debe encargarse de las relaciones entre Estados (desafiando la herencia antagonista de los Estados-nación nacidos de Westfalia y reinventando la geopolítica bajo los principios de la doctrina bolivariana expresada en el Congreso Anfictiónico) y salvaguardar a la población haciendo uso equitativo y justo de las rentas. Es el Estado (la figura que ha permitido a una clase apropiarse del trabajo y la riqueza de una nación) quien debe dejar el paternalismo a un lado, dejar de ser, y reprimir su talante histórico, su naturaleza, para permitir que las comunidades construyan su propio destino.
Los Estados que están resueltos a ello, deben comenzar a comprender que las fuerzas productivas del pueblo, desatadas, niegan profundamente el paternalismo del Estado, que es como decir, que niegan al Estado (capitalista y burgués). Otro Estado será posible si la economía deja de estar fundada en la renta y el PIB dentro de los inflexibles marcos del capitalismo global, y cuando sin miedo y arriesgando, inventando o errando, se construya una economía “desde las bases”.
- Lázaro Barredo Medina, Él es paternalista, tú eres paternalista, yo soy paternalista… http://www.granma.cubaweb.cu/2009/10/09/nacional/artic03.html
- Raúl Fornet-Betancourt, José Martí: ¿Política de la inteligencia o inteligencia de la política? http://www.mwi-aachen.org/Images/Jos%C3%A9%20Mart%C3%AD_tcm16-40755.pdf
[1] En La transición hacia el postcapitalismo: el socialismo del siglo XXI. Caracas: El Perro Y
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