Por
Rafael Boscán Arrieta
La revolución de los burócratas ha tomado el Palacio de Invierno. Un ejército de camionetotas rojas 4 x 4, con pocos y selectos pasajeros a bordo, ha decidido ponerle fin a la Revolución popular que a fuerza de vidrieras rotas y cauchos quemados irrumpiera contra el consenso neoliberal que con su tufo nos asfixiaba en febrero de 1989.
Hoy, 20 años después, se nos dice que hay tanta democracia, que no vale la pena ejercerla. Si usted tiene que protestar, no lo haga, visite mejor al burócrata correspondiente y espere con fe que algún día su queja sea contestada o su problema solucionado. Al menos así les dijeron a los indígenas en la Sierra de Perijá sobre el problema de la demarcación de tierras. Total, 500 años de espera y millones de muertos no son mucho.
Sabino Romero, cacique yukpa, nunca creyó que el Estado burgués, ese que no se parece nada a sus formas de organización, estuviera en vías de extinción, como muchos aseguran. Nadie mejor que un excluido de siempre para saber de exclusión, de racismo, de componendas entre los sectores productivos y el Estado burgués, donde los pequeños parceleros como él no tienen cabida, son un estorbo para el desarrollo.
Hoy Sabino está preso por atentar contra el Estado burgués, como lo estuvieron en su momento Fabricio, Livia y tantos otros. Alza Sabino su voz por el derecho a la demarcación y a los territorios ancestrales. Pero, ¿cómo carajo le explica usted a un juez que usted está defendiendo las tierras donde hace miles de años habita, y que desde hace medio milenio le son usurpadas una y otra vez por el mismo musiú con diferente cachimbo?
Sabino podrá decirle al juez que lo imputa por defender su tierra y su vida del enemigo que lo amenaza, que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela invoca “el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes”, que tiene “el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural”, que el artículo 119 señala textualmente que “El Estado reconocerá la existencia de los pueblos y comunidades indígenas, su organización social, política y económica, sus culturas, usos y costumbres, idiomas y religiones, así como su hábitat y derechos originarios sobre las tierras que ancestral y tradicionalmente ocupan y que son necesarias para desarrollar y garantizar sus formas de vida”, o que el 260 dice que “Las autoridades legítimas de los pueblos indígenas podrán aplicar en su hábitat instancias de justicia con base en sus tradiciones ancestrales y que sólo afecten a sus integrantes, según sus propias normas y procedimientos, siempre que no sean contrarios a esta Constitución, a la ley y al orden público”.
Sabino puede decirle todo eso al juez, en perfecto yukpa o en el castellano del intérprete, pero el juez sólo verá a alguien que se levantó en armas por un derecho ancestral que es más viejo que el Estado burgués que lo niega (hermosa definición de revolución), y no importa si la levantó en Chaktapa en medio del conflicto por la demarcación de tierras en donde los sicarios aniquilan a su familia, o en plena feria del Sambil mientras los hijos del juez se atragantan con unas hamburguesas; va preso igual, como todo buen pobre de este país.
Cuando las leyes de un país frenan la revolución, se convierten automáticamente en contrarrevolucionarias, no importa las buenas intenciones, el “cambio de actitud” del poder aplicante. Tendrán los defensores de Sabino que convencer a los guardianes de la leyes que por encima de ellas, en el cielo de lo posible, está la Justicia. Será la única manera en que todos nos convirtamos en los sabinos alzados e irredentos que se niegan a entregar la Revolución popular al ejército de las camionetotas.
“—¡Bandido! ¡Sí, soy bandido como me llamáis vosotros, los ricos! Claro, es cierto, me he arruinado, estoy escondido, no tengo pan, no tengo un centavo, soy un bandido. Hace tres días que no como, soy un bandido. Vosotros os calentáis los pies en la chimenea, tenéis abrigos forrados, habitáis mansiones con portero, coméis trufas, y cuando queréis saber si hace frío, consultáis el periódico. ¡Nosotros somos los termómetros! Para saber si hace frío no tenemos que consultar a nadie, sentimos helarse la sangre en las venas y el hielo nos llega al corazón, y entonces decimos: ¡no hay Dios! ¡Y vosotros venís a nuestras cavernas a llamarnos bandidos!”
Los Miserables, Víctor Hugo.
(*)Periodista/Profesor UBV-Zulia
boscan2007@gmail.com
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