Edgar Borges
La televisión (sobre todo en su concepto informativo) me parece una mala ficción. La radio, en cambio, al igual que un libro, ofrece la posibilidad de construir una realidad poderosa, saludable, siempre con la activa participación del receptor. La voz que cuenta una experiencia a través de la radio invita al oyente, por la característica mágica del medio, a levantar sus propias interrogantes. Con toda la carga de reflexión y diversidad que eso implica. Un libro es eso, una interpretación del yo y de los otros; el escritor expone su voz y el lector la diseña según su propia inventiva.
La televisión (que conocemos) ha actuado como creadora de una realidad pasiva, mediocre y engañosa. Bastaría con analizar la siguiente frase del escritor Peter Handke: “En la televisión, un dirigente palestino hablando en árabe muy tranquilo mientras la intérprete traduce muy apasionada al francés”. Ante esto, habría que preguntarse: ¿Qué le ocurre a la intérprete? O si aplicamos la interrogante al día a día televisivo: ¿Por qué la reportera está tan nerviosa? Sin embargo, en la atención del espectador quedará la angustia de la intérprete o de la reportera, como así lo manda la lógica televisiva (un nuevo ataque a los nervios aumenta la estupidez, y los patrocinios, dice un “agudo” gerente de la tv) Poco o nada se comprenderá el mensaje del dirigente palestino. Pero, ¿cuál sería el efecto si en reposo mental (cosa imposible en medio del circo informativo global) observáramos la representación (porque es una mala representación) de la reportera? ¿Acaso no nos compadeceríamos de su sistema nervioso? ¿No pensaríamos que todo el personal de esa empresa requiere con urgencia tratamiento psicológico?
No obstante, como la observación no es un recurso normal por estos días, el pánico se siembra en la vida cotidiana del espectador. Y se asume como realidad colectiva la mentira de unos pocos. La gente en la calle juega a gritar como gritan los presentadores; juega a sufrir como sufren los protagonistas del show planetario televisivo; juega a temblar de miedo como tiemblan de miedo los reporteros; juega a amar como aman los personajes de las telenovelas; juega a vivir como cuentan la vida los noticieros. Juego mediocre que sólo respeta las reglas del poder. Reglas que se interpretan para trastocar la vida de las mayorías. De la mentira de la objetividad pasamos a la imposición de una subjetividad: la del mercado de consumo.
Habría que detenerse, contemplar el festival de la ignorancia mediática y desde la calma preguntarse: ¿Es que los seres humanos somos tan mediocres como nos dibuja la tv?
P.D.: Habrá que ver si aceptamos que Internet sea una réplica de la dictadura de la mediocridad o un recurso de nuestra inventiva.
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