“La Universidad Bolivariana, es motor, es vanguardia, es caballo, es lanza, es bandera, de un nuevo modelo educativo de liberación. Ustedes son actores fundamentales de esa vanguardia, siéntanse orgullosos mujeres y hombres”

Fragmentos del discurso del Presidente Hugo Chávez, Caracas, 08/11/2003, en el marco de la inauguración de la sede UBV Zulia.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cuatro libros se presentan hoy en el PFG Comunicación Social

En la pasada Feria del Libro en su capítulo Zulia, realizada en el Lía Bermúdez, el camarada Ricardo Romero, editor del Correo del Orinoco cedió al PFG una cantidad de libros los cuales hoy, 27 de noviembre, serán presentados a la comunidad ubevista, repartidos al público asistente y en especial, donados a la biblioteca y al Centro de Documentación y Centro de Estudios, para que los interesados puedan acceder a los mismos.


Es importante resaltar que uno de los libros La imagen de Venezuela en España es el producto de la tesis doctoral de nuestra profesora Marianela Urdaneta García.

Otro es Patriotas del Petróleo, testimonios de la resistencia contra los golpistas petroleros; los Escritos anticolonialistas del Libertador, presentados por el poeta, maestro e historiador Gustavo Pereira y El Fascismo, de Juan Barreto, importante libro donde queda al desnudo el rostro oculto de la oposición venezolana.

Agradecemos la generosidad del Correo del Orinoco manifiesta a través de la solidaria gestión de Ricardo Romero. Con la actividad sólo servimos de puente para que finalmente lleguen estos libros a su legítimo destinatario, el pueblo lector.

LOS ESPERAMOS!!!

martes, 26 de noviembre de 2013

“Las universidades viven perdiendo su autonomía”

Universidad|Martes, 26 de noviembre de 2013
Diálogo con Horacio González a propósito del estado actual de la universidad pública

El sociólogo, profesor de la UBA y director de la Biblioteca Nacional, pasa revista a los grandes debates de la vida universitaria. El pasaje de la tradición humanista al modelo científico-técnico imperante. Una crítica profunda y esperanzada.

Por Facundo Martínez
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–Usted plantea que las universidades públicas están atravesando un período de revisión crítica. ¿Cómo encuentra particularmente a la UBA en ese contexto?

–Se ha dado la creación de una gran cantidad de universidades en conurbanos y ciudades del interior que proponen un panorama totalmente diferente de la historia de la universidad argentina de los siglos XIX y XX, que era un modelo de cuatro o cinco universidades fundamentales, en las que uno podía encontrar las carreras más importantes y una formación vinculada a la relación con el Estado. Había entonces un gran debate sobre las perspectivas del conocimiento entre las ciencias naturales y las ciencias de la cultura, que fue uno de los grandes motivos de la disputa filosófica de principios del siglo XX. Ahora existe un nuevo mapa, con universidades que acentúan especialidades regionales y un contacto más fluido con las intendencias. Estas universidades incorporan experiencias de estudios universitarios en las familias de los grandes conurbanos, lo cual es presentado como descentralización y también como ampliación de derechos.

–Y de temáticas porque, como usted dice, con estas universidades aparece también una gran cantidad de carreras nuevas...

–Y justamente por eso pienso que no es posible dejar de acompañar esta gran transformación. Muchas de estas universidades están, con mayor o menor fortuna, encontrando el punto justo de su relación con el territorio y el mundo social al que pertenecen, y al mismo tiempo intentando garantizar el imperativo clásico de la universidad, que es preservar el conocimiento universal. Este es un momento muy interesante que vive la universidad. En este sentido, la universidad napoleónica o humboldtiana, digamos las grandes universidades, han dejado terreno a otra universidad, con modelos pedagógicos y de profesionalización, vinculados con la revolución tecnológica, y vinculados con servicios sociales que trabajan alrededor de la hipótesis de igualación social.

–¿Por qué cree que, incluso en este contexto favorable, las universidades públicas no terminan de zanjar la discusión sobre el modelo tecnológico imperante y aquel basado en las humanidades?

–Yo hago un balance favorable de toda esta gran mutación universitaria que incluye, en muchos casos, el abandono de las formas tradicionales de las carreras y la opción de hacer una universidad por núcleos disciplinarios. El viejo problema de la departamentalización, por la que la Universidad de Buenos Aires luchó por tanto tiempo y el estudiantado también. En este sentido, el balance general que hago, siendo favorable, acompaña con cierto grado de dramatismo la decadencia de las humanidades. Esto supone un problema, el problema principal de no reconocer que hay un problema. Es decir que la expresión humanidades puede significar ya muy poco, o nada, y está relegada a una especie de departamento –no carente de prestigio– en donde se encierra a la filosofía y a las ciencias humanas. Nadie concibe una universidad sin filosofía, incluso en muchos lugares se la cultiva con gran empeño, pero se la convierte en una especialidad más. Así el nuevo rumbo de las universidades acompaña con más fidelidad la traza de la revolución científico-técnica o de la revolución comunicacional.

–¿No sería preocupante que este modelo de universidad desplazara el saber autodidacta que ha nutrido históricamente a las universidades argentinas?

–En esta transformación, ese modelo está en vías de extinción, aunque autodidactas siempre va a haber, por suerte. Pero lo que veo como más grave en esto que usted señala es la constitución de fósiles del lenguaje. Es cierto que la universidad nunca ha prometido un camino en este sentido, pero también es cierto que las maneras de enseñanza de la universidad tocan hoy todos los temas, incluso los conocimientos que han surgido como grandes críticas a la universidad. Todos los de la tradición libertaria, por ejemplo, o lo que fue la tradición de la epistemología foucaultiana. La universidad revela su atención hacia esos conocimientos que muchas veces nacen para criticarla, para intentar abandonar el grado de cristalización del lenguaje que tiene toda universidad. La universidad responde de una manera que hay que celebrar, porque incorpora esos conocimientos, pero por otro lado debemos preocuparnos frente a eso, puesto que lo que hace es, con un fuerte tono asimilacionista, dejar a los grandes conocimientos de la sociedad en una situación escalafonaria y sin su habilitación más transformadora.

–Una paradoja...

–Esa es la gran paradoja de la universidad, que tiene que contener sus formas de grados, de distinciones, de títulos y de lenguajes establecidos, a modo de reconocimiento, y eso supone un logro pero también pérdida. Y lo que se pierde es la posibilidad de lo que como utopía la universidad tiene en su seno: la idea de una universidad abierta, con conocimientos inesperados, una universidad que admita en sí misma la ruptura de sus tablas de la reglamentación del conocimiento.

–Teniendo en cuenta la tradición de las ideas argentinas, ¿no cree que ese debate debería estar siempre presente e incluso enriquecerse?

–La universidad no tiene respuesta frente a la gran cantidad de cursos profesionalizantes que se ofrecen. Hoy en la universidad cualquiera da un curso profesionalizante. Entonces este período es festejable sólo por el lado de que nunca hubo tanto estímulo en becas, por ejemplo. El Estado ha cambiado la vida de miles de personas, pero frente a eso sería sumamente necio no percibir la importancia que tiene la adquisición de los primeros grados de un lenguaje estandarizado, prefigurado.

–La expresión la tomo del universo de Gombrowicz: así la universidad queda un poco presa de su forma...

–Lo que se encuentra en la universidad es que aquel que tenía una poética iniciática vinculada a la adquisición de saberes de una ética muy relevante, lo que ve es el acordonamiento y la estandarización de esos lenguajes y la idea de que éstos aparecen en sí mismos reglados por una clase profesoral que, en muchos casos, no parece preguntarse por el origen de la lengua que habla. Y reglados también por el modo en que se estructura la noción de examen. Nunca hubo una revolución universitaria que no revolucionara la forma del examen. Eso está presente en la reforma universitaria argentina. El examen es el momento más delicado de la universidad, porque ahí se establece una asimetría que hay que justificar con mucha delicadeza, porque es una asimetría que la universidad tiene en su propio reglamento. Con esa asimetría yo estoy de acuerdo, porque de lo contrario creo que no existiría un legado entre tradiciones. Pero al mismo tiempo esa asimetría, si está mal pensada o es mal aplicada, genera una petrificación del terreno universitario. Lo que no puede pasar es que haya una cantidad apabullante de profesores que sepan menos que los alumnos. La universidad tiene que replantearse el modo en que se establece el lugar donde hay otros saberes anteriores a ella, muy valiosos, muchas veces de origen popular o vinculados a sabidurías milenarias. Estructuras de conocimiento que la universidad debería desplegar sobre la base de que encierran tesoros secretos para las personas, y que muchas veces las viene a sustituir bruscamente con el canon científico-técnico, con la teoría de la información, que es el nuevo tópico al que la universidad está dedicada en cualquiera de sus carreras. Es decir, todo encierra una información, desde una operación quirúrgica a la encuadernación de un libro, y al ser todo parte de la teoría de la información, lo que se pierde es esa identidad infinitamente plural del lenguaje que impide toda homogeneización. La estructura universitaria y la política universitaria van hacia la homogeneización. No se le puede exigir a la universidad que no haga ciencia, pero la universidad debería responder: “Lo haremos sin cientificismo”. Y esa respuesta siempre le cuesta.

–En sus más de 40 años en la universidad usted ha percutido de diferentes maneras en esta cuestión, ¿cómo ve, en perspectiva, esta batalla?

–Primero, tratando de recordar a los grandes profesores de formación humanística que ya no existen, como José Luis Romero o Mercado Vera; también recordando a los profesores militantes como Roberto Carri, que intentaron lo contrario, es decir, sin abandonar la erudición supusieron que el contacto entre historia y política era más estrecho que lo que la historia argentina iba a demostrar. Y, después, recordando también la carrera de los autodidactas, como Hernández Arregui, que no fue exactamente un autodidacta –fue discípulo de Rodolfo Mondolfo– y sin embargo parecía ser un autodidacta porque tenía un fuerte rechazo por todo lo que era la universidad. Todos esos ejemplos son válidos, y son válidos en el campo de la escritura, del ensayo. Hoy, en la época de los grandes sistemas de financiamiento de la universidad, donde están grandes corporaciones financieras –algo que por suerte no ocurre tanto aquí, como en otros países–, la universidad tiene un criterio de autonomía universitaria que sirve para su lógica política interna, pero que resulta un simpático recuerdo estamental. Desde el desarrollismo en adelante no se cuestionaron esos valores de autonomía, pero se desviaron un poco de ella al vincular a la universidad con la producción, con el campo científico que efectivamente actúa en la producción a gran escala. Esta situación cambia la universidad y al mismo tiempo la obliga a extremar sus recursos filosóficos, porque participar de la discusión sobre patentes de medicamentos o sobre los estilos de gestión del Estado la coloca en un lugar de autonomía sin autonomía. Las universidades son entidades autónomas que viven perdiendo su autonomía. La tienen en su carta magna y al mismo tiempo la pierden en la lógica de las fuerzas productivas. Eso es un motivo de reflexión para el movimiento estudiantil, que es la fuerza social más activa.

–¿Sin esa autonomía se pierde el pensamiento crítico?

–La autonomía de la universidad es moral e intelectual. Y eso tiene que repercutir de inmediato en su condición científico-técnica. No se puede pensar una universidad desprendida de exigencias sociales y al mismo tiempo estas exigencias sociales no se cumplirían si la universidad no tuviera una suerte de ley propia del conocimiento, que es el drama de la reforma universitaria de la Argentina, del propio Deodoro Roca. “Toda ciudad es universitaria”, decía, y al mismo tiempo quería dedicarla a que cumpliera tareas sociales e incluso de liberación nacional, sobre todo en sus últimos tiempos. En ese sentido, la universidad es el drama del conocimiento. Cuando lo instituye, está lejos, y continuamente lo tiene sin percibirlo. La actitud para mí más profunda de estar en la universidad es no estar contra la universidad pero sí ser capaz de asumir ese lugar. Hay que ser capaz de estar en contra de la universidad para poder vivir una vida universitaria realmente autónoma.

–¿Qué es lo que ha podido hacer al respecto?

–Recuerdo con nostalgia la campaña para llevar al rectorado a León Rozitchner, que era una candidatura utópica, pero que tenía como sustento la idea de un nuevo replanteo entre las ciencias de las humanidades y las ciencias de las ingenierías. En el estudio de lo que es la universidad como reproducción de cierta desigualdad interna fracasó hasta el propio Pierre Bourdieu. No puede haber una universidad que nos asocie a los certificados.

–Justamente, esa universidad de los certificados es un poco más mezquina que la de las ideas universales.

–A partir de los ’60 aparece con mucha fuerza la noción del investigador universitario. La investigación comienza a ser pautada, regulada, incentivada, y todo eso fue aceptado incluso por las fuerzas de izquierda, que creo yo tienen un responsabilidad grande en el sentido de que todo el programa cientificista dominante fue aceptado como parte de una gran modernización. Eso de algún modo explica el abandono de los estudios clásicos y el debilitamiento de las humanidades.

–¿No siente que los alumnos se resisten a este modelo?

–Si usted está dando una clase sobre Nietzsche y el alumno le pregunta si esto entra en el parcial, ahí se está poniendo al conocimiento en una hondonada pronunciada. La vigencia de muchos profesores es algo relacionado sólo a poder responder esa pregunta, y al mismo tiempo esa pregunta es desoladora.

–¿Cuál es entonces el lugar de esa resistencia?

–El lacanismo fue un modelo de resistencia, el foucaultismo también. La universidad ha demostrado –casi como el peronismo– que pudo absorber todos los modelos de resistencia. Y luego habló con la voz de esos modelos de resistencia, pero ya pasados por la gran maquinaria. Entonces deja como posibilidad el abandono individual de la universidad. Y si uno ve la política universitaria, es también algo desolador. Repite, y a veces peor, la política nacional. Ahora, no pretendo que se enseñe filosofía en los patios griegos, pero algo de patio griego tendrían que tener las universidades. Algún tipo de profesor de ese tipo, o un conjunto de profesores de este tipo deberían subsistir dentro de la universidad.

–Eso retomaría la idea de que el lugar adecuado para criticar a la universidad es la universidad...

–Así fue como empezaron las grandes filosofías. La universidad muchas veces confunde su integración con lo social con el hecho de convertirse en dependencias administrativas de cierto conocimiento. En ese sentido, me siento un poco desalentado del estado de la universidad actual. Lo que ha triunfado en el mundo es el modelo de cita, de universidad anglosajona, y es muy difícil encontrar una tesis sobre Echeverría como la que hizo Halperin Donghi.

–En su carrera usted renunció al universo de los institutos y las becas, ¿por qué lo hizo?

–En mi caso fue una militancia. Pero jamás desaprobaría tener una beca ni le recomendaría a nadie que rechace una. En las formas actuales del estudio se supone que uno debe tener tiempo académico. Yo lo que supuse era que la universidad estaba en el medio de la ciudad humana. Uno estudiaba donde podía, agarrado de la manija del subterráneo A. La idea viene de Borges, que leyó la Divina Comedia en el tranvía.

–La tendencia a la formación de eruditos fue despreciada ya por Heráclito hace 2500 años, cuando le criticaba la polimatía a Hesíodo y a Pitágoras, crítica que también retomó a su modo Nietzsche en su Ecce Homo...

–Hay que ver si hay que ser erudito. Y en el caso de que uno lo sea, también debiera disimularlo mucho. Hay que ser un erudito secreto y hablar en secreto de todos los idiomas. Cuando escucho muchas clases lo que veo permanentemente es la actitud enfatizadora de los docentes. La pedagogía es una recarga que se nota en los estilos de enseñanza universitaria. Yo preferiría que la enseñanza sea a-pedagógica, es decir, que lo que hay de pedagogía no se note. Una suerte de enseñanza del profesor distraído, lo que no significa que de ahí no salga un gran erudición o un gran conocimiento, o un estudio profundo sobre Hobbes.

–¿Es decir que se ponga más énfasis en el contenido que en las formas?

–Sí, pero no quisiera ponerlo en términos de un romanticismo antiguo. Me parece que todo esto habría que probarlo en una sociedad en la que reina una única teoría, que es la llamada sociedad del conocimiento o teoría de la información. Siempre hay una teoría que ilusoriamente se hace cargo de todas las demás. Desde las ciencias sociales hasta la vieja física cuántica. Por eso me parece que hoy una tarea importantísima es ver más de cerca lo que quiere decir eso de teoría de la información. Porque eso supone formas y relaciones entre gobiernos. Supone redes sociales, espionajes, ley de medios.

–¿Siente la necesidad de seguir en la universidad a pesar de su edad, que está al límite de la jubilatoria?

–La verdad es que no. Aunque sí me imagino dando clases, quizá desde otro lugar. Pero eso es algo que todavía no tengo pensado, y eso que según parece falta poco.

–¿Habrá que aceptar entonces que en la universidad se apague cierta luz, que incluso ha dejado huellas?

–(Risas.) Lo que me parece es que tiene que resurgir el uso de la palabra asociativa. Una buena clase es un buen capítulo de una investigación. El modelo de la Universidad de Buenos Aires no puede ser este que tenemos. Lo digo por el modo en que el conocimiento se convierte en una estructura de gestión más. Incluso la responsabilidad de la izquierda es mucha, ya que ha tenido un peso electoral mayor, en el modo en el que la sociología y las humanidades fueron anexadas al programa científico-técnico sin más. Ahora, para achicar esta brecha tendría que darse nuevamente una corriente intelectual muy fuerte.

–Por último, ¿cómo ve la situación política actual respecto de la elección del rector de la UBA?

–Nada de esto, para mí, es apasionante.

domingo, 24 de noviembre de 2013

INAUGURACIÓN DEL PESEBRE DEL PFG EN COMUNICACIÓN SOCIAL DE LA UBV, SEDE ZULIA




Nota al libro Venezuela 1989-1993: crisis política y crisis de legitimidad

Imagen José Javier León

Con una redacción lúcida y vertiginosa transcurre este para mí importante libro de la socióloga cumanense Nellys Ramírez Díaz, publicado por El Perro y La Rana en 2012. Recoge el mismo un estudio hecho –así se percibe- al calor de los acontecimientos, con materiales provenientes de periódicos y revistas tocados de inmediatez y estupor. Las citas nos llevan a los de mi generación y mayores claro está, a hechos recientes pero que la precipitación de hechos actuales hicieron que quedaran atrás, de pronto opacos. El libro los trae de nuevo hasta nosotros, nos los re-presenta, los pone de nuevo sobre el tapete, revivificados. Lo que Nellys explica nos explica: el ayer que recoloca en su justa dimensión, sitúa el hoy en un punto cimero y álgido. Recomiendo, pues, su lectura.
En el libro podemos hacer seguimiento a la seguidilla de eventos que explican, por ejemplo, la caída del bipartidismo y la emergencia de Chávez. Pero también, y fundamentalmente, cómo ciertos y específicos actores de entonces no pudieron hacerse con el poder, los mismos que hoy continúan no sólo al acecho sino en un proceso continuado de deslegitimación. En efecto, se comprende cómo el «partido» protofascista «Primero Justicia» era el llamado por la lógica del capital a asumir el control «político» del país, revela los factores que impidieron que ello ocurriera y al contrario cómo se abren las compuertas para este otro muy distinto presente.
Compartimos con Nellys que a la crisis política y de legitimidad corresponde dialécticamente un «proceso de politización y de elevación de la conciencia política en la población» (p. 16). Y la acompañamos también cuando explica la Formación Social Venezolana en tanto que dependiente del mercado capitalista mundial. Conciencia y politización por un lado y dependencia endémica al capitalismo neoliberal en su expresión fondomonetarista colisionaron precisamente en febrero de 1989 y la expresión del surgimiento de la nueva hegemonía se haría presente en debates, discursos, actores, procesos electorales, rebeliones y golpes.
En días recientes, cuando el presidente Maduro introdujo la solicitud de una ley habilitante para legislar de manera extraordinaria en la guerra contra la corrupción, planteó de manera meridiana el meollo de la pugna de los bloques de poder: el control de la renta petrolera.
Ese, decía
Es el centro de la batalla, no nos llamemos a engaños, es el centro de la batalla nacional, hoy por hoy la burguesía sigue buscando de diversas formas mantener el control de la renta petrolera, si a nuestra parásita e importadora burguesía criolla le sigue correspondiendo alrededor del 70% del producto interno bruto, quiere decir que la dinámica económica todavía está lejos del socialismo, muy lejos compañeros, camaradas, compatriotas, pueblo que nos escucha, no en vano la burguesía se dedica fundamentalmente al comercio ello le permite la más rápida y fluida captación de la renta petrolera y por allí se desangra el país, el cadivismo, la Venezuela potencia que soñara, trabajara y proyectara nuestro comandante es radicalmente antagónica con la expansión del consumismo en función de los intereses de la burguesía parasitaria, toquemos allí los puntos medulares de la acción revolucionaria que nos toca esta década y las décadas que están por venir para completar el ciclo de consolidación de la independencia por la vía de la construcción de un socialismo verdaderamente que logre el desarrollo económico queridos camaradas.[1]
En la IV República, dice Nellys Ramírez, «a través de la promesa populista de distribución de la renta se canalizaba la aceptación de las masas hacia ese patrón de acumulación específico, en el que el sistema partidista canalizaba el consenso, para asegurar la legitimación de un modelo de democracia representativa que estructuralmente tenía sus bases en dicho modelo de acumulación» (p. 29).
La crisis capitalista mundial hará que este modelo de distribución no pueda seguir sosteniéndose de modo que los partidos y sus promesas de bienestar quedarían definitivamente insatisfechas, a lo que sobrevendrían exigencias de la población cada vez más violentas seguidas de creciente represión que culminarían en nuestro caso, con el sangriento hito del Caracazo.
Descubre Nellys (citando a Rodríguez Rojas, El Globo, 9-03-03:24) que un nuevo patrón de acumulación estaba naciendo prohijado por el «libre juego del mercado» (eufemismo mediante) «representado por un trinomio de intereses como lo son el capital internacional en alianza a una burguesía y una clase política ‘trasnacionalizada’» (p. 37)
Había llegado la hora de que la burguesía desembozada y sin los arrabiates de los partidos políticos de base social popular tomara el poder, se hiciera de la renta petrolera y se dedicara a jugar a la bolsa y a consolidar al interior del país un Estado policial de Tolerancia Cero. Había pues, sonado la hora del fascismo y de fundar un partido que sirviera de mampara electoral para cubrir los rasgos más criminales de la plutocracia antipolítica.
Eran precisos ajustes neoliberales, shocks, y por supuesto represión. Pero el capital y su decurso no contaron con el surgimiento de un militar díscolo, bolivariano, extraño y antípoda a la Escuela de las Américas y al Consenso de Washington. El 4 de febrero de 1992 sería el primer golpe militar fuera de la esfera de la CIA, el Pentágono y la Embajada Norteamericana, es decir, contra las políticas neoliberales en la región.
Ese primer y contundente golpe a las bases del modelo de acumulación de las élites iba a despejar el camino para que llegara al poder Hugo Chávez en 1998, no sin antes impedir –además- que se pudiera concretar un golpe de ultraderecha necesario para –terrorismo mediante- aplicar las medidas neoliberales urgentes para que el patrón de acumulación siguiera su curso. Este golpe no ocurrió, la preparación subterránea de la rebelión militar bolivariana abortó el nacimiento de un gorila y finalmente Caldera –literalmente momificado en el acto de representar el último vestigio de la partidocracia y cabeza de lo que sobrevivió: «el chiripero»- con un falso discurso social intentó avanzar, pero ya sin fuerzas en la aplicación del «paquete» pendiente.
Sin embargo, la última y desesperada expresión de los partidos en las elecciones de 1998 no pudo ya evitar el triunfo de Chávez y, en vez de las medidas macroeconómicas del FMI y la tesis del Estado Mínimo se impuso el renacimiento de la política y del Poder Constituyente.
Pero en apenas dos años, las fuerzas de la burguesía reagrupadas y reimpulsadas se lanzaron contra el todavía incipiente proyecto de gobierno bolivariano avivado por el enérgico presidente Chávez, que ya para entonces había dado un viraje a la geopolítica petrolera y reagrupado a los exportadores de crudo. Se lanzaron con todas sus fuerzas pero apareció lo insólito, regurgitó la historia acumulada y el golpe fascista fue barrido en 47 horas.
Diez años más tardaron en recomponerse los mismos actores, la burguesía (ya en los 90 capitaneada por el hambriento grupo Polar devenido – según Domingo A. Rangel «casi entidad trasnacional», p. 207) y el capital internacional. Hoy asistimos a un nuevo avatar de la misma corriente histórica que el libro de Nellys nos ayuda a comprender y a visualizar, al tiempo que nos aclara cómo es que en medio de la violencia que han pretendido sembrar los sectores fascistas se mantiene la paz que nos permite avanzar en la construcción del socialismo.
Tenía razón Chávez: él y su proyecto son la garantía de la paz. La imposición del modelo de acumulación de la derecha fascista conlleva violencia y represión. Su plan, único, siempre ha sido: «privatización de PDVSA, confiscación de prestaciones sociales, apertura total al capitalismo foráneo, mercado sin límites, purga de medio millón de empleados públicos (hoy serían muchísimos más…)» (Mieres, F., el Globo 28-10-93:29, citado por Nellys Ramírez). El pueblo venezolano, hoy más hijo de Chávez que nunca, formado y forjado al calor de estos años, no permitirá sin resistir hasta las últimas consecuencias la imposición del eterno «paquetazo».
Y hoy el pueblo no es el mismo del 89, del 92, del 98, del 2002. Hoy el pueblo está mucho más maduro, y la expresión cotidiana de su guerra contra el fascismo y el capital es ejemplo para el mundo.


[1] Solicitud de poderes habilitantes para batalla a fondo por una nueva ética política, en http://www.avn.info.ve/contenido/solicitud-poderes-habilitantes-para-batalla-fondo-una-nueva-%C3%A9tica-pol%C3%ADtica

martes, 5 de noviembre de 2013

¿Cómo lograr incidencia en la opinión pública


REPETICIEROS

¿Cómo lograr incidencia en la opinión pública?

Publicado el 04/11/2013

¿Cómo llenamos nuestros informativos? Leemos las noticias de los periódicos nacionales (que, generalmente, responden a intereses de grandes empresarios). Recibimos cables de agencias internacionales (que, más generalmente, responden a intereses de los países hegemónicos). Bajamos titulares desde el internet. Sacamos al aire declaraciones de autoridades que grabamos en ruedas de prensa convocadas por ellos. Y listo.

Es decir, repetimos las noticias que otros elaboran. No somos fuente informativa para otros medios de comunicación. Nadie nos cita diciendo “según datos recibidos de la Radio XXX”... Y esto ocurre no solamente con nuestra radio comunitaria, sino también con redes alternativas que podrían poner temas nuevos y candentes en la agenda pública.

¿Queremos tener incidencia en la sociedad y en la opinión pública? Pues hay que romper esa dependencia informativa y convertirnos en fuente.

¿Cómo lograr esto? Aquí van algunos tips.

1- Invertir en periodismo de investigación
Podemos dedicar, al menos, una persona del equipo de prensa a hacer esta clase de periodismo. A dar seguimiento a denuncias recibidas. A husmear en situaciones sospechosas de corrupción. A averiguar violaciones contra los derechos humanos. En este trabajo de investigación nos ayudarán mucho corresponsales, asesores y confidentes. Naturalmente, todo hecho con las debidas precauciones para no suicidar a la emisora.

2- Publicar los resultados
Las informaciones obtenidas a través de un serio periodismo de investigación las traduciremos en reportajes que sacaremos al aire en nuestra programación. También las podemos dar a conocer a través de ruedas de prensa convocadas por nosotros o de boletines que enviamos a otros medios de comunicación. No basta poner los huevos, hay que cacarearlos.

3- Trabajar en red
Coordinemos con emisoras o medios amigos que tengan sensibilidad social. Con ellos, organizaremos investigaciones sobre los daños de la minería a cielo abierto. O sobre la trata de mujeres. O sobre los sobornos que recibe la policía de tránsito. O sobre la burocracia en la alcaldía. O sobre temas tan ocultados como el incesto. Sobre cualquier situación grave que esté afectando a la ciudadanía. Esto supone que nuestra radio esté dispuesta a meterse en líos. Que tengamos un compromiso político con nuestra audiencia.

Así, poco a poco, nos irán citando otros medios y nos iremos convirtiendo en fuente informativa. Tendremos noticieros y no “repeticieros”.


Imagen cortesía de: http://www.clker.com/


Una producción de RADIALISTAS APASIONADAS Y APASIONADOS / www.radialistas.net

No necesitas autorización para bajar los radioclips y difundirlos.
Todos los derechos están compartidos pero agradecemos citar la fuente.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Bendición Abuela (Video producido en el CCPA Country Sur)



El corto documental Bendición Abuela redefine la tercera edad a partir de la experiencia de un grupo de abuelas que participan en un colectivo comunitario de actividad física y recreación. Las abuelas son un ejemplo fantástico de organización comunitaria para el cumplimiento de objetivos comunes. En este caso, mejorar su autoestima y su salud. Una abuela contó al equipo de producción: "¿qué íbamos nosotras a imaginarnos que en nuestra vida íbamos a hablar frente a una cámara?"

CCPA Country Sur. Maracaibo, 2013