“La Universidad Bolivariana, es motor, es vanguardia, es caballo, es lanza, es bandera, de un nuevo modelo educativo de liberación. Ustedes son actores fundamentales de esa vanguardia, siéntanse orgullosos mujeres y hombres”

Fragmentos del discurso del Presidente Hugo Chávez, Caracas, 08/11/2003, en el marco de la inauguración de la sede UBV Zulia.

martes, 12 de abril de 2011

No todos los 11 han tenido su 13


Por

José Javier León

12 de abril de 2011

S

í. Lo que pasó en Venezuela hace 9 años fue sin duda extraordinario. Un golpe fallido, preparado por elementos sumamente peligrosos, con mercenarios y tropas extranjeras listas para el asalto. Con todos los medios riéndose sobre la sangre aún caliente de cerca de 50 muertos, 20 de ellos prácticamente frente a las cámaras. Sin embargo, el frenesí de los golpistas, la irracionalidad desbordada, el apresuramiento, la incapacidad emocional de sujetar con fuerza lo que habían con tanto odio ansiado, hizo que la presa se les escabullera antes de que pudiera venir la reacción –el espaldarazo internacional- que les insuflara ánimos, fuerza, y los restituyera temblequeantes pero todavía animosos en el poder. Ver la cara hoy de Estanga tratando de sonreír entre nervioso y exultante, la cara de quien todavía no se lo cree, como la de Daniel Romero, escupiendo los nombres y las destituciones, todo ello como parte de una obra montada a trompicones, desdiciendo en los hechos la ardua preparación, las reuniones, los restaurantes, los hoteles, los viajes, las delegaciones, el dinero, en fin, la marea subterránea de la conspiración, que defenestró generales y altos directivos, que lo pudieron todo para hacerse de un poder que se les esfumó por falta de cojones, como alguien escribió hace poco, pero más por «novatos» y por esa suerte de adolescencia prolongada que como una rara enfermedad padecen los sectores más recalcitrantes de la derecha venezolana, que tan bien sin embargo, les permite entenderse con las manitosblancaculitospeladoscomecachitos de las últimas juergas. Y haciéndole frente a toda esta bolsería golpista, que sin duda debe desesperar a los impasibles agentes de la CIA, el pueblo venezolano, un pueblo enardecido que salió a la calle a enfrentarse con lo desconocido, porque no es normal ni de esperar en ninguna parte que el ejército se alíe con el pueblo, si no que lo diga el pueblo de Honduras.

La masa popular no pudo ser detenida ni desviada de sus objetivos: los centros de poder civiles y militares, los medios y el reclamo contundente de ver a Chávez. La ascendencia del Presidente en el ejército (y líder incontrastable de lo que viene sucediendo en el país desde al menos 1992)–así lo ha contado muchas veces- lo salvó sin duda de que lo mataran. La orden fue dada pero no cumplida. Luego, todo lo demás comenzó a desplomarse. ¿Qué hacer con Chávez vivo? ¿Dónde meterlo? ¿A qué país llevarlo? ¿Cómo callarlo? De todos modos no fue que tuvieron tiempo para articular estas preguntas, y en menos de 40 horas y con el país en vilo regresó a Miraflores. Lo demás, ya se sabe.

Pero eso sí, no todo 11 tiene su 13. En los asuntos sociales no hay ley, guión que se cumpla al pie de la letra. Si no que lo diga la CIA, que repite una y otra vez el suyo, y a veces funciona, y a veces no. En la Venezuela de 2002 definitivamente no, y por si fuera poco, lo intentaron todo en el propio diciembre de ese año con el sabotaje petrolero, luego (2003-2004) con guarimbas, insurrección militar, infiltración de mercenarios (paramilitares), bombas, asesinatos, masacres, en fin, violencia extrema avalada, alimentada, azuzada a toda hora por los medios, y nada, la violencia no cundió, la guerra civil no prendió, en otras palabras, no apareció la justificación para la carta democrática y la invasión de los marines. Todavía recuerdo a Gaviria dando vueltas como un zopilote con el borrador de la Carta de la OEA con renglones en blanco a ser llenados con los detalles de última hora, mudado a Venezuela hasta que la ilusión se desvaneció y la «crisis» política siguió su curso institucional, sin que urgiera la «pacificación» militar.

Pero que no haya funcionado no quiere decir que nunca funcione, y si aquella vez las piezas no encajaron nada asegura que más adelante no lo hagan. El imperio no sólo tiene paciencia y recursos para aguardar el momento para un zarpazo, amén de que no descansa y a diario corroe las bases de la revolución. Pero digo que puede esperar porque en definitiva nuestro compás de maniobra es muy limitado. Me explico: el capitalismo no necesita justificación; nuestro modelo y sus errores y logros, sí, todo el tiempo. El capitalismo es un sistema que distribuye injusticias, muerte, destrucción, pero está instalado como base sustantiva de (toda) la realidad. De modo que cualquier proyecto alternativo debe vencer primero la substancialización de esta (supuesta) realidad, y, sobre la nada que queda, construir otra economía. La nada nuestra está hecha de petróleo (y el imperio y la oposición lo saben y por eso se desgañitan protestando por lo que llaman «regalos» y de ahí que no podemos perderle la pista al golpe a la OPEC que significa el golpe de estado en curso en Libia…), de acuerdos energéticos que se han podido establecer con los países del Alba, con transacciones financieras con proyectos de moneda internacional como el SUCRE, todo en el marco de consolidar una plataforma de acción política-económica no sostenida por el capitalismo y sus redes. Pero las alianzas avanzan lentamente claro está, y con más riesgos y acechos que seguridades.

Hay sin embargo a nuestro favor un factor terrible (paradójico sobre todo): la inminente destrucción del planeta al menos en lo que respecta para la especie humana. Ese reloj que ya inició su cuenta regresiva juega a nuestro favor porque precipita la toma de conciencia, pero nada garantiza que finalmente quede un mundo donde pueda florecer el socialismo, el humanismo.

Por lo pronto, lo que tenemos es el peor de los escenarios: unas trasnacionales desbocadas, con un hambre de ganancias que las han llevado a jugar con cosas demasiados peligrosas (la BP del Golfo de México y lo de TEPCO en Japón son dos casos recentísimos y emblemáticos), unos dueños del mundo que ya sacaron sus cuentas y decidieron por un 80% de excluidos. La inmoralidad del sistema la suplen unos medios de comunicación, unas máquinas de entretenimiento que borran, que disipan estas verdades para un 20% de ilotas. La esfera pública pega gritos, marcha y se enfrenta cada tanto a la policía, pero el sistema como tal sigue su curso: la realidad sigue incólume.

Por lo que a nosotros respecta, la base económica de una alternativa convoca a algunos presidentes actuales, que tienen sensibilidad por sus pueblos, pero nada garantiza que otros gobernantes la tengan (nunca he confiado en Lula y Dilma tuvo el privilegio de no decir ni este piquito es mío ante el hecho público y notorio de que la orden imperial de atacar Libia fue dada desde Brasil). El reloj juega para todos, pero hay unos a los que les aterra mientras que a otros los deja indiferentes: su Dios es un dios sordo, flamígero, insensible.

Quiero decir que no tenemos ni de cerca el tiempo a favor de la vida. Si el capitalismo no desaparece, no desaparecerá la amenaza. Y el capitalismo –por lo que vemos- goza de buena salud. ¿O no es eso lo que significa que el sistema no se tambalee un ápice con las llamadas crisis económicas que sacuden Europa? Los bancos no han quebrado puesto que no lo han hecho los banqueros; las economías arrasadas de los países sólo han desmantelado los restos de la «cosa pública»; los intereses privados continúan intactos. El dinero sencillamente ya existe, se reproduce sin fin inorgánicamente y el exceso es echado en forma de bombas (eufemismo: «es invertido en la industria militar y en la promoción y ejecución de diversas agendas de guerra: de cuarta generación, de alta y baja intensidad, de dos, de tres y hasta cuatro frentes simultáneos más el apoyo confeso a movimientos de oposición dizque democrática»); nada lo desviará de su curso ni de los boyantes paraísos fiscales, nada lo distraerá de los ingentes negocios que surcan el planeta. El capital hoy no necesita a la totalidad del mundo para existir: ni por supuesto, a la totalidad de la humanidad; al contrario, estorba. La propaganda hace rato diseñó un mundo para poquísimos, y la agenda global se cumple con rigor. Sencillamente sobramos.

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